Existe una virtud especial que poseen
algunas personas que uno llega a conocer en la vida. Es una virtud que reside en
la sabiduría que inspira respeto y la que la irradian solo algunas almas que caminan
el sendero del arte como la vida, sin el ruido estridente que trae la carrera
desmedida por la el prestigio o la fama, si no, con el ánimo lleno de satisfacción al haber
transitado plácidamente con todo lo que su obra les pudo ofrendar.
El artista
Gabriel Humberto Restrepo Montoya, (“Gabo”), un envigadeño cuya filosofía era “la
libertad sin fronteras”; fue un maestro que inculcó en sus estudiantes la
paciencia y la constancia que el arte, ese que ya no encontramos mucho por estos días,
debe tener para alcanzar un estado más elevado del que le provee ser un objeto
hábilmente elaborado. El oficio y, ante todo, el amor por lo que se hace, fue para
él la base de una verdadera obra de arte. Y no lo decía nunca en un sentido anacrónico, como se suele llamar a los artistas que aún creen en una buena técnica,
pues siempre tuvo presente los cambios históricos de un arte ante el cual era
difícil oponerse y no había por qué irritarse, pero con el cual tampoco debíamos
conformaros.
El 2 de febrero en la Sala de
Exposiciones Concejo de Itagüí “Ligia Pimienta Estrada” se inauguró la
exposición “VIVENCIAS” un merecido
homenaje donde se reunieron 12 dibujos de libreta y apuntes, 7 bastones
tallados que hacen parte de su colección de 75, 17 esculturas en diversos
materiales, así como herramientas de trabajo. Camilo Restrepo Zapata, su hijo y
curador de la muestra, explica: “He seleccionado las piezas con en el interés de
mostrar el proceso de creación del maestro desde un boceto, pasando a la
maqueta y realización de obra con un enfoque netamente escultórico” “Gabo
siempre fue un personaje incógnito, nunca le gusto exhibir sus obras en vida,
solo llevó a cabo una exposición, pues pensaba que sus creaciones eran para su
contemplar”.
Cada una de estas obras tienen las huellas del tiempo, de saberes
y pensamientos que el maestro generosamente transmitía en sus clases en la
Escuela de Artes Eladio Vélez y en el Instituto de Bellas Artes (actualmente la
FUBA) donde enseñó diversas técnicas por más de 35 años, pero, sobre todo, donde
nos aleccionó sobre lo que era tener verdadera humanidad, algo importante para
ser mejores artistas, tanto como mejores personas.
Quienes lo conocieron recuerdan sus
palabras pausadas, su voz firme y siempre sin falla, una frase certera “El buen
arte necesita un ingrediente principal: paciencia” decía, y luego de una pausa
terminaba con un poco más de humor “O sea tener Ta-lento, que no es otra cosa
que hacer las cosas con lentitud” y luego sonreía. La disciplina era fundamental
para él a pesar de que fue un rebelde, decía que cuando un artista se sienta a
trabajar, tiene que ser a trabajar: “He sido muy concentrado en mi trabajo… Mi obra es como una autobiografía porque todo lo que hago es un reflejo de lo que veo,
lo que pienso y lo que soy” me explicaba en una ocasión cuando le pregunté sobre
uno de sus bastones que tallaba con marcado estoicismo.
Sin embargo, el amor que tuvo al arte
no fue un talismán para que su salud no se viera afectada, y es que era terco,
nunca se protegía de los materiales con los que trabajaba porque tenía la idea
de que el material y el artista debían “compaginar en serio” “nada de guantes ni
esas tontadas, uno no hace las cosas con miedo, uno no tiene miedo de los
materiales” afirmaba mientras amasaba el barro para preparar la clase.
“Gabo”
siempre supo que morir por lo que uno ama, es la mejor forma de hacerlo, pues
nunca sintió la partida como un suplicio, si no, como una inspiración.
Texto escrito para el Periódico El Mundo, en Palabra y Obra. En Memoria del maestro, 12 de febrero del 2016.