18/6/20

Origen...Y la pregunta por la energía femenina.

Úrsula Ochoa. De la serie Origen 2016-19. Collage digital.

Hubo un tiempo en el que las mujeres fueron el centro del universo; o por lo menos, así lo aseguran las primeras tablillas pertenecientes al milenio séptimo a.C. que fueron descubiertas principalmente en Kotal Heyuk, en Anatolia, por el profesor J. Malart. Son miles de documentos hechos de arcilla grabados con escritura cuneiforme. Estas figuras demuestran que la adoración de la diosa madre ha sido una de las más antiguas creencias a lo largo de la historia, mucho antes de la aparición del politeísmo, y, por lo tanto, anterior a la figura de un dios masculino. 
La arqueología ha demostrado que fueron las mujeres quienes esencialmente inventaron la agricultura, la cual representó un gran paso en el progreso de la civilización. La comunidad neolítica, hombres y mujeres, honraban a la mujer y tenía numerosas deidades femeninas.
En una de aquellas tablillas (actualmente guardada en el Museo de la Universidad de Teheran-Iran) se puede leer que los sumerios creían que el universo estaba bajo el poder de un grupo de dioses femeninos de aspecto humano y natural con poderes sobrenaturales. La mitología sumeria ha sido la principal fuente suministradora de los mitos y relatos aparecidos en los textos sagrados de las tres grandes religiones monoteístas de la humanidad: el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
En la religión sumeria, Namu, la diosa madre-suprema, es decir, el principio femenino de la creación, es un ente hermafrodita sin que ningún compañero masculino colaborase con ella en la creación del universo. Según la mitología mesopotámica, Innana, “La gran diosa madre” preocupada por la felicidad de su pueblo, se dirige sola hacia las tierras del dios de la sabiduría para conseguir herramientas con las cuales, hacer prosperar su país. Cansada de su viaje, Innana se duerme bajo un manzano y es violada por un mortal que cae ante su inigualable belleza. Tras ser ultrajada Innana es enviada por su esposo Domuzi al mundo subterráneo, un lugar alejado de la gloria de los dioses, ruin para una mujer divina, un viaje sin retorno que la condena no solo a vivir entre mortales, sino a conocer la muerte. La razón es que el dios quiere gobernar en solitario y siente que la presencia de la diosa le quita poder. En la versión semítica por ejemplo, la tentación, el placer, la manzana en boca de la mujer, implicará la pérdida del paraíso y la pérdida de la inmortalidad, ella será culpable del fin de la gracia. Así nace el rechazo a la mujer y a su sexualidad.

Por otra parte, los hebreos crearon al dios-masculino para anunciar la muerte de las diosas-madres en el cielo, inventando una mujer perversa y diabólica culpable, que también les negará un lugar en la Tierra. Su condena alcanzaba todos los rincones de su existencia y no tardaron en elaborar unos mandamientos absurdos y repletos de órdenes y sentencias contra la mujer.
El único poder que logró conservar la mujer frente a la condena de los hombres, fue su capacidad de dar vida, quizá porque su capacidad reproductora es tan evidente y necesaria para la especie que no se le puede arrebatar. Por otra parte, los hombres proceden inevitablemente de sus ovarios y si las condenaban del todo terminaban ensuciando sus propios orígenes.
En un intento de suavizar su maldición, el cristianismo asignó a María, una figura que aunque sumisa, estaba un grado arriba al de los mortales (aunque no la hacía divina), si le concedieron la “santidad”; al fin y al cabo era la madre de “Dios”, el hombre.

Aun así, esta religión fortaleció la masculinidad del "Dios" creando el mito de la Santísima Trinidad, un círculo solo montado por hombres (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Ella no era ni diosa, ni hija de dioses, ni el Espíritu Santo, sino solo una mujer, superior eso sí, pero solo una mujer cuyo único mérito consistía en traer al mundo al hijo de Dios, sin placer, sin deseo, sin voluntad (la inseminación venía del cielo, anunciado por un ángel asexuado). En eso consistía ser la madre de Dios (ni tan siquiera la esposa).

Una vez que los cristianos otorgaron esas virtudes femeninas a María, inventaron su contrapunto. Una mujer llamada Lilith, la mujer que niega sus ovarios, que desea a los hombres y no tiene hijos, la que tiene iniciativas y se moja y se mueve y sale del lugar establecido por los hombres. Por todo ello se convertirá en una bruja, perfecta representación del demonio, por quien estaba poseída. Así fue cómo los cristianos ofrecieron dos únicos caminos a las mujeres: o el de María (una santidad sin deseo, sin voluntad) o el del Lilith. En las religiones politeístas, para imponer el poder masculino sobre el de la mujer-diosa se transformó a lo femenino en un símil de lo oscuro y lo maligno.

Ellos, los hombres, siempre representarían el poder bondadoso y ellas el destructor. 

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