16/10/13

Maquínica/Domestica/Orgánica

Esta propuesta indaga la relación existente entre el cuerpo y el aparato electrodoméstico como parte de un planteamiento donde los oficios del hogar fueron designados directamente al género femenino. Las referencias desde algunas vanguardias en las cuales se instauró con mayor insistencia las nociones de “genio”, están referidas por la necesidad de revisar algunos conceptos que definieron de manera coyuntural la verdadera identidad de la “era moderna” para el rol activo de la mujer en la cultura. 
La máquina doméstica actuó como dispositivo de sujeción social, operando de este modo sobre las elecciones mismas de la mujer en el sistema, por lo tanto, la mecanización femenina de las actividades domésticas produjo en su inconsciente un símbolo repetitivo de represión donde el cuerpo femenino no necesitó ser ya protegido, sino reparado.


 PREÁMBULO:

Definir qué son los hombres y qué son las mujeres resulta ser una labor muy compleja, pues amb@s solo constituyen abstracciones modelísticas de los comportamientos que se esperan de un ser humano en una sociedad de pensamiento binario.
Existen ordenadores de identidad como son la pertenencia étnica, credo religioso, nacionalidad, etc., pero el ordenador primario a lo largo de la historia, que ha mantenido sus constantes, ha sido el género (Ya lo llamará Judith Butler, “El género en disputa”). 
El orden simbólico opera siempre de modo binario y en este caso lo masculino como categoría central, es lo que se puede significar, nombrar y ver, mientras que lo femenino es “lo otro”, lo contrario del ser, del nombre y lo visible. Es así como lo femenino va a jugar un doble papel de negación pero a su vez de constitución de lo uno (lo masculino). 

Con el surgimiento de la modernidad, el trabajo doméstico quedará al margen de las leyes del capitalismo: se formará una clara separación entre lo económico (remunerado), considerado como lo público y lo doméstico, frente a lo familiar como parte de lo privado. 

En el contexto de la Revolución Industrial ocurrirá la principal transformación de la estructura familiar: las obligaciones domésticas asociadas a la función materno-reproductora se adjudicarán exclusivamente a las mujeres como algo natural, resultando así el ámbito privado, el destinado por excelencia a las mujeres que anulaba cualquier intento de pertenecer al ámbito social o público. La división social del trabajo según los géneros, hará del hombre el productor y generador de ingresos por excelencia, y de la mujer, la encargada del mantenimiento de la vida en los hogares, del trabajo invisible, del trabajo no remunerado. Es así como las labores del hombre se contrapondrán a las de las mujeres: la producción, de la reproducción.

  “La consecuencia de ello fue que maternidad y domesticidad resultaron sinónimos de feminidad, y que estas tareas se consideraran identidades exclusivas y primarias, que explicaban (más bien que derivaban de) las oportunidades y los salarios de las mujeres en el mercado laboral. La <mujer trabajadora> se convirtió en una categoría aparte, más a menudo en un problema a enfrentar que en un electorado a organizar” (Scott, 1993: 122).


En áreas por ejemplo de maestros y maquiladoras, no hay tal discriminación, pues al ser parte de las profesiones consideradas “para mujeres” forman parte del fenómeno llamado la “feminización de la pobreza”.
El mayor porcentaje de segregación ocupacional y hostigamiento sexual lo encontramos en el área de funcionarios públicos y privados. Si bien estas áreas constituyen una élite en cuanto al trabajo remunerado en el que participan las mujeres es donde se manifiesta el fenómeno del “techo de cristal”: las mujeres pueden ascender hasta cierto nivel pero no más allá.

“Su carácter de invisibilidad está dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que, por su invisibilidad son difíciles de detectar.” (Burín: 1996). El “techo de cristal” forma parte de la cultura patriarcal que construye en la subjetividad femenina ciertos mecanismos que permiten tal imposición cultural desde la temprana infancia. La subjetividad de la mujer desde niña, quedará centrada en el ejercicio de los roles familiares y domésticos: el cuidado y atención de “los otros”, el obedecer siempre, el realizar decisiones fundamentales y la toma del poder estará fuera de la lógica educativa ejercida hacia las mujeres.

Algunos de los rasgos que la cultura patriarcal ha construido para configurar esa estructura superior invisible llamada “techo de cristal” para las mujeres se basa en:
1) Las responsabilidades domésticas. La doble jornada de trabajo: Ama de casa, esposa, madre, además del trabajo remunerado.
2) Nivel de exigencias. A las mujeres se les exige el doble que a los hombres en sus carreras laborales para demostrar su valía: siempre están a prueba.
3) Los estereotipos sociales acerca de las mujeres y el poder. “Las mujeres temen ocupar posiciones de poder”, “a las mujeres no les interesa ocupar puestos de responsabilidad”, “las mujeres no pueden enfrentar situaciones difíciles que requieran actitudes de autoridad y poder”.
4) La percepción que tienen de sí mismas. “Ser para otros” y no con un deseo propio. Cuando logra ingresar a los ámbitos masculinos y ante la falta de un modelo femenino “empoderado” presenta una gran inseguridad y temor de perder su identidad sexual al tener que resignificar y enfrentarse a mayores exigencias y a la intromisión de sus vidas privadas con mayor facilidad que si se tratara de un hombre.
5) El principio del logro. Al evaluar a la persona, la organización tomará en cuenta el perfil del puesto, tomando en cuenta si es hombre o mujer pese a que se encuentren en igualdad (aparente) de estudios, experiencia, etc.
6) Los ideales juveniles. Los valores con los que las mujeres se formaron para el ámbito doméstico (abnegación, docilidad, etc.) chocan con los del ámbito público (liderazgo, competencia, etc.).

Cuando las convenciones se mantienen en pie durante un largo período de tiempo, tiende a desaparecer de la conciencia de los miembros de una sociedad su carácter de construcción social. La clasificación adquiere la categoría de representación de una especie de orden natural de la realidad. Los fenómenos sociales adquieren un carácter cosificado y puede suponerse entonces que tienen repercusiones causales y activas sobre las personas. Cuando se pierde la conciencia de que las instituciones existentes han sido creadas por la acción humana resultan inimaginables las alternativas y ni siquiera se piensa en posibilidades de cambio (Peter Wagner, 1997: 143).





Referencias:
Las mujeres y el poder: María Ileana García Cossio
Feminismos latinoamericanos y sus aportes a la experiencia Moderna.Virginia Guzmán. Centro de Estudios de la Mujer (CEM), Chile. Claudia Bonan. Instituto Fernandes Figueira (IFF/FIOCRUZ), Brasil 


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